High Five!

Hay momentos en los que no debería escribir.
Estableciendo que esta es una verdad indiscutible y que he comprobado que no debería tratar de eludirla, inexplicablemente, esos momentos son precisamente los que más necesito llenar de palabras.

Se ha escrito mucho sobre la soledad, me ocurre también con casi cualquier otro tema, se ha escrito ya mucho sobre cualquier cosa y esa es la razón por la que generalmente no escribo.
Cualquier cosa que haya pensado o sentido ya ha sido pensada o sentida antes por otra persona y ya se tomó la molestia de escribir acerca de eso, así que ¿para qué hacerlo de nuevo?.
Es una pérdida de tiempo, como también lo es leer una y otra vez lo que ya sabes.

Sin embargo, la soledad parece que se escapa a esta norma. Sólo lo parece, porque en realidad todos sentimos la misma soledad, el sentimiento es el mismo, pero precisamente al ser una emoción imposible de compartir parece que es única.

Tal vez lo sea, tal vez la soledad que habita en cada uno sea única, independiente e indomable, tal vez sea un sentimiento incontrolable a partir del cual surge nuestra única e irrepetible individualidad, nuestro yo, lo que somos.

No lo sé y no creo que llegue a saberlo, porque cuando deja de asfixiarme, me olvido de ella, completamente, continúo viviendo como si no estuviera ahí, como si hubiera desaparecido para siempre y no pudiera volver. Me siento libre de amar, de reir, de divertirme, de vivir.

Pero siempre hay algo que la llama, no sé bien qué puede ser, si lo supiera dejaría de hacerlo porque no me gusta sentir la soledad.
A veces llega como una riada y te sorprende bañándote alegremente en la orilla, sin tiempo para reaccionar. Otras veces llega poco a poco, como la lluvia fina y constante que acaba encharcándolo todo sin poder evitarlo, en esas ocasiones al menos tienes tiempo de prepararte para aguantar.
Y luego están esas otras veces, las peores, en que sin saber por qué te encuentras rodeada de un inacabable e infinito océano de soledad. No hay nada más. Nada a lo que agarrarse, nada más que soledad.

Hace años trataba de nadar sin descanso para salir de allí, aún sabiendo que era absurdo porque es infnita, o trataba de aguantar como fuera hasta que tal y como llegó, desapareciera.
Ahora al menos he aprendido a flotar sobre ella, mirando hacia un cielo despejado donde siempre brilla el sol. Sé que me rodea, sé que estoy atrapada, sé que no voy a salir de ella, pero al menos, el tiempo que dure, descansaré y podré tener tiempo para pensar.

Creo que no existen momentos de mayor lucidez que aquellos en que estamos inmersos en esa soledad. Comprender que lo que somos es inevitable produce una extraña sensación de paz.
La soledad es el estado en el que te miras a ti mismo a los ojos sin obstáculos, sin límites, sin fronteras. No puedes mentirte, no puedes eludirte ni disimular. Eres tú, estás ahí y nada va a conseguir distraerte ni adornarte, no vas a poder evitar observarte y lo que es seguramente lo más duro, no podrás evitar comprenderte.

Sin excusas que valgan, porque las conoces todas, afrontar la vida se presenta como una tarea demoledora. Ya sabes por qué haces lo que haces y por qué continuas haciéndolo, ya sabes por qué sientes como sientes y por qué continuas haciéndolo y ya sabes porqué piensas como piensas y por qué continuas haciéndolo.
Es completamente imposible engañarse a uno mismo en esos momentos, cuando lo hacemos impecablemente en todos los demás.

Y esa es la razón por la que si no estás siendo leal con quien eres, si no te has respetado a tí misma, si no te has amado, la soledad te devuelve el reflejo del daño que te has provocado y eso es lo peor de asumir, que frente a ti tienes a la única persona responsable de quien eres, y esa persona eres tú, no hay nadie más, nunca lo hay y nunca lo habrá.

Afortunadamente cuando por fín comprendes la soledad, en toda su esencia, te das cuenta de que en realidad es un estado de ser necesario, imprescindible para evolucionar, crecer y conocerte. 
Es inútil negarse a uno mismo y ademas de inútil, doloroso, hacerlo es una desgarradora fuente de sufrimiento.
La soledad te advierte, a su modo, de que el camino que recorres no tiene que ver contigo, que estás dando los pasos de otra persona que no eres tú.

Dependiendo de la medida en que te alejas de tí misma, te advierte con una fina lluvia, una riada o te sumerge en un océano, lo que sea necesario para darte tiempo a reflexionar.
Así que no recibas a tu soledad como a una enemiga, recíbela como a una amiga que te va a acompañar, hasta que consigas volver a mirarte a los ojos y reconocerte.

Por eso ya siempre le doy la bienvenida con una sonrisa, porque aunque no me guste, sé que se ha molestado en venir hasta mi sólo para echarme una mano. Así que High Five!.

Comentarios