Casa Odil

A los pies del árbol muerto está la pequeña silla de piedra. Es del tamaño adecuado para que se siente un niño que no supere los tres años. El tamaño justo para ella, de esa forma tiene un lugar en el que esperar, sin tener que vagar por el inmenso jardín. Y espera, espera que alguien descubra donde está su cuerpo y poder liberarse de la maldición. Porque todo aquel que está enterrado sin que nadie sepa de su existencia, está maldito. Ha pasado mucho tiempo desde que él la enterró bajo la casa, no recuerda cuanto, en realidad no recuerda casi nada de lo que fue su corta vida. Recuerda a su madre, siempre triste desde que su padre las abandonó, recuerda que el hermano de su padre venía a visitarlos y a consolarla, recuerda la noche que escuchó gritos en la habitación de arriba y después el silencio. Ese silencio que se volvió denso como el aceite y burbujeaba a medida que él bajaba las escaleras y se dirigía al estudio donde se escondía. Pero la encontró, y con lágrimas...