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Mostrando entradas de 2018

Decrepitud y apatía

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Han pasado siete años y empiezo a sentir algo parecido a la calma, aunque cualquiera podría apostar que es solo apatía, y ganaría. Darle un vuelco a mi vida fue la decisión más acertada, pero me arrepentí desde el primer minuto y esa desazón, acumulada minuto tras minuto y año tras año, está pasando una factura que cada vez me resulta más difícil pagar. Pretender afirmar que el cambio fue para mal sería objetivamente absurdo, así que me lo he negado, sistemáticamente, hasta hoy. Pero ya no me lo niego, me importa un comino cual habría sido la alternativa, o si no existía tal, me importa un comino cualquier cosa que no tenga que ver con que me resulta imposible asumir la pérdida, sin más. Aún queda una pequeñísima parte de mí que seguirá calculando la forma de regresar, se enfrentará  silenciosamente a esta decrepitud que empieza a anquilosarme y a pudrirme. La resistencia es inevitable, rendirse nunca ha sido una opción.

Cómprate un bosque

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Sobre una extensa pradera de fina hierba y diminutas flores amarillas, la anciana había ido sembrando una a una las semillas, una vez cada año, solo una semilla, en el día de su cumpleaños. Al cabo de más mil años, el bosque se extendía hasta donde sus ojos no alcanzaban a ver. Los árboles más longevos quedaban en el centro y desde allí se iban ordenando en una espiral que discurría hasta el lindero del bosque, donde se encontraban los retoños plantados en los últimos años. Aquella tarde el viento era recio, la lluvia empapaba la ropa de la anciana y sintió como el frio congelaba sus manos. Caminó dentro del bosque para encontrar algo de refugio, pero con la cautela de saber que de adentrarse demasiado, se perdería para siempre en él. Se dirigió por uno de los senderos que llegaban hasta el centro, primero pasó entre los árboles más jóvenes, después entre aquellos que había plantado unos cientos de años antes, pero aún podía ver el cielo sobre ella y continuó adelante, hasta llegar

Generación Vintage

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Somos una generación inusual. Aquellos que estamos en los cincuenta o sesenta años de nuestra vida crecimos en un mundo completamente distinto al que hoy conocemos. La tecnología ha tenido que ver, pero más aún cómo hemos sabido adaptarnos a ella. Hemos asumido cada cambio sin miedo, nos hemos adaptado y hemos demandado más cambios constantemente. Somos la generación que ha deseado estar conectada, comunicarse, disfrutar de las creaciones artísticas y compartirlas, romper fronteras, incluso las que van más allá de la luna, conocer los límites físicos y psíquicos del ser humano, superarnos. Soñamos con un mundo mejor en el que las guerras fueran imposibles y en el que nuestro planeta tuviera un respiro. Abandonamos los fanatismos e indagamos en el equlibrio de todas las cosas, de las personas, del planeta. El resultado está ahí, como en todos los caminos que se emprenden hay obstáculos, pero la tendencia es inequívoca, no hay marcha atrás, el mundo será un lugar m