Nos vemos en Alaska
Hace dos años, a esta hora, estaba sentada al lado de su cama, cogiéndole la mano, tratando de transmitirle toda la paz y el amor que sentía. Me despedí de él a las doce y media de la noche, diciéndole que por la mañana volvería. Le dí el último beso, en la frente, deseando una vez más que dejara de sufrir esa agonía, deseando que se levantara y volviera a caminar, a reir, a bromear de todo y de todos, del mundo, de la vida, como sólo él sabía hacerlo. Sentí que ya se quería marchar. Dos días antes me dijo que no quería morir, asustado como un niño. Recuerdo su mirada desafiante, negando la realidad, queriendo pelear hasta el final. Le dije que todos tenemos que morir y que la muerte no es importante, que lo que de verdad importa es lo que hemos vivido, lo que estamos viviendo ahora, y recordarlo con pasión y con fuerza hasta el último momento. Le hablé de que un día haríamos el viaje que siempre habíamos pensado a Alaska. Viviríamos entre las montañas, en una cabaña de madera y pasear