Desde pequeña el personaje que más ternura me inspiraba de los dibujos de Winnie the Pooh era Igor, el burrito triste. Nunca había pensado mucho en ello, hasta que tuve una amiga que era incapaz de ser feliz. Al principio yo no lo sabía o no hubiera cultivado esa amistad, pero cuando me dí cuenta ya era demasiado tarde. Se creía con el derecho de contarme todas sus penas pasadas, presentes y futuras a cada minuto que estábamos juntas. Cuanta más confianza teníamos, era peor. No importaba nada de lo que yo pudiera decir, absolutamente nada funcionaba y eso que puedo ser muy persuasiva si me lo propongo. Era incapaz de ver que la vida en toda su crudeza también tiene un lado bueno y si por una casualidad de esas, de 1 entre infinitas casualidades elevadas al cubo que podría darse, la vida no tiene su lado bueno, como habitantes de esta vida que somos tenemos que crearlo, somos parte de la vida, influimos en ella, importamos, existimos, no nos han soltado aqui y ya está y