Todo es azul

Y bajamos por las callejuelas del centro, caminando entre la gente, hasta que inadvertidamente, la plaza se abrió para nosotros, soberbia y acogedora.
Teníamos a nuestra espalda el templo de la música y frente a nosotros, el Palacio de la vanidad, lejano, detrás de un mar de laberínticos jardines, custodiados por estatuas de valientes guerreros y pensadores ilustres, que no supieron impedirnos el paso.
Cruzamos insolentemente entre ellos y tocamos los muros del Palacio, lo hicimos nuestro y después lo abandonamos. Para siempre.

Regresamos cargados de historia, de sabiduría, de infinita comprensión.

Y nos sentamos a contemplarnos en toda nuestra belleza. Ya no hay reservas, porque no hay miedo. Todo es azul.

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