Ocho décadas

Han pasado ocho décadas desde que mi madre decidió venir al mundo, porque lo decidió ella, cualquiera que la conozca sabrá a que me refiero.

No sé para qué los físicos se molestan en desentrañar los misterios del universo, cuando algunos ya sabemos que lo que existe sólo es, porque hay personas como mi madre que consiguen que sea.

Personalmente tengo la fortuna de tenerlo aún más claro, porque me dió la vida, pero aún así, me sigue impresionando contemplar cómo es posible que existan personas capaces de conseguir que el mundo gire.

Para mi madre lo más importante es la Familia.
Don Corleone y Angela Chanin son simples aprendices de la Gran Maestra que es mi madre, y quedarán siempre como aprendices, porque lo que hace que nuestra Familia sea la que es, no es que compartamos algunos de nuestros genes, ni que la sangre que fluye por nuestras venas sea la misma, lo que hace de nuestra Familia la que es, es el sentimiento de respeto y pertenencia a algo superior que sabemos que nos sobrevivirá, que es más grande que cualquiera de nosotros, y que nos hace especiales a cada uno de nosotros.

El 25 de abril nos reunimos en Ávila para celebrar su cumpleaños.
Ávila ha conseguido detener el tiempo dentro de una muralla, coronada por noventa impresionantes torres.
La historia que se percibe paseando por sus calles es majestuosa, cada casa, cada plaza, cada rincón tiene el sabor de lo intemporal, te hace sentir que siempre has estado allí y que cuando te marches, algo de ti quedará para que otros también puedan sentirlo.

Cuentan que Santa Teresa al marchar para siempre de allí, a la salida de la ciudad, apoyada en los Cuatro Postes, se quitó la sandalía y sacudiéndola con fuerza sobre la fría piedra dijo "De Ávila, ni el polvo" pensando en nunca más volver allí, y sin embargo, hoy su nombre se recuerda en cada cartel que encuentras en la ciudad, vayas donde vayas, todas las calles te llevan a la plaza de Santa Teresa.

Y allí fuimos, no pude evitar tener un recuerdo para la madre de mi madre, mi querida abuela Teresa, en una fecha tan señalada nos encontraríamos reunidos en una plaza con su mismo nombre.

LLegamos un poco pasada la hora de comer y en el centro de la plaza nos esperaban ya todos los hermanos de mi madre y sus medias naranjas, mi tío Carlos también estaba y también mi tío José Luis, porque no importa que alguien ya no pueda acompañarnos en vida, si sigue vivo en cada uno de nosotros.
Por eso en cada momento y en cada sonrisa, en cada abrazo y en cada te quiero, también estuvo mi padre.

Cada familia tiene sus peculiaridades y en la nuestra hay una que supera a las demás por lo peliagudo del asunto, y es que hay que respetar con puntualidad británica la hora de la comida.
Podríamos describirnos como personas tolerantes y amables, alegres, cordiales y acogedoras, excepto en el caso de que nuestro estómago no se sienta satisfecho.
Entonces, mucho, mucho cuidado, porque el genio es imprevisible.

Así que no buscamos restaurantes típicos, ni mesones decorados para turistas, en la primera cafetería abierta entramos a comer, que era lo realmente importante.
No pudimos probar las patatas revolconas, que quedan pendientes para otra visita, pero sí los torreznos, que aunque deben ser lo peor para el colesterol, el corazón y la salud en general, estaban buenísimos.

La sobremesa fue amena, hablamos de internet y de política y apurados por la reserva en el spa marchamos al hotel, que cumplió más que de sobra las expectativas, era un hotel de super lujo, como correspondía a la celebración y a los invitados.
Una hora en el spa nos dejó más que relajados, otros aprovecharon para echarse la siesta, y la tropa de los más pequeños regresaron a conquistar Ávila, dicen que lo consiguieron.

Después nos reunimos en el salón, tres confortables tresillos acogerían la charla de antes de la cena, mientras el segundo turno del spa iba a relajarse, otros salían a pasear por los jardines de atrás del hotel y la tropa marchaba a montar a caballo.
Se habló de hijos y de primos, de nietos, de sobrinos, hasta de la primera biznieta, se habló del trabajo, de la crisis, incuso de la diferencia de percepción del frio que es posible llegar a tener según se sale al jardín.

Llegó la hora de la cena y pasamos al comedor, veintidós cubiertos alrededor de una mesa ovalada, la tropa al fondo, al lado de lo que después sería un improvisado escenario.
Antes de empezar la cena mi madre confirmo lo que ya todos sabíamos, era feliz porque recibió el regalo más querido por ella, el de que todos estuviéramos allí acompañándola, y a la vez, nosotros recibimos el mayor regalo de todos, que fue el de verla tan radiante, tan alegre y tan guapa, porque si, mi madre siempre ha sido la mujer más guapa del mundo, y en el día de su ochenta cumpleaños sigue siéndolo.

Cenamos, hablamos, cantamos, la tropa bailó, cantó, corrió, saltó y nos dieron las doce de la noche.
El reloj nos avisaba que el día se había acabado, pero supimos que ese día en realidad no acabaría nunca, porque seguirá en el recuerdo de cada uno de nosotros, para el resto de nuestra vida.

Gracias Mamá, gracias por tener la familia que tienes, gracias por conseguir que este momento haya sido único, gracias por enseñar a mi hija lo que es realmente importante en la vida, porque yo se lo puedo contar, puedo tratar de enseñarle lo que es, pero desde ahora, ya lo sabe por sí misma.

A la familia no la eliges, pero sin ninguna duda, si pudiera elegir una familia, sería la mía.

Comentarios

  1. En realidad esta crónica del cumple de mi madre no es para el blog, es un regalo para ella, pero bueno, también quiero que quede aqui como recuerdo.

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  2. Yo le daría la enhorabuena a tu madre por haberte tenido a ti, pero como quedaría feo se la doy por la efeméride.
    Besos

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  3. XD Vicente, pues se lo dije a mi madre y le pareció estupendo, por los dos motivos.

    besos

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