El jardín cerrado

El jardín ha cambiado mucho en estos casi diez años.
La primera vez que entré en él, tuve la sensación de que quien lo cuidaba antes adoraba compartimentar las cosas.
Había una zona para la pradera, otra zona distinta para la piscina, otra para la parte de atrás de la casa, y para acceder a cada sitio había que pasar por setos, arcos o puertas.

Ahora cuando entras puedes ver hasta el final del jardín, y puedes pasear por él sin tener que pasar puertas, ni setos, todo está comunicado, todo es uno.
Me ha llevado mucho tiempo y esfuerzo conseguir llegar a que sea así, y ahora que lo veo, creo que ha sido un error.

Hay zonas del jardín que me resultarían más agradables si estuvieran separadas del resto, si mantuvieran su espacio a salvo de la mirada del recién llegado, si sólo pudieran disfrutarlas los que sean invitados a ellas, tal y como era antes.

Lo que en un principio sentí como espacios cerrados que no dejaban ver el jardín en su totalidad, hoy lo siento como un espacio expuesto a cualquiera que eche un vistazo.

Creo que ha sido necesario llegar a este punto para saber que necesito mantener zonas privadas y cerradas dentro de mi jardín. No hubiera llegado a esta conclusión si no hubiera experimentado la sensación de sentir invadido mi jardín por quien no lo merece, lo hubiera hecho por costumbre, sin saber por qué lo hacía, pero ahora que me he decidido a retornarlo a su forma original, sabré por qué lo hago, sabré qué es lo que esconde cada seto, cada puerta, cada muro, y sabré cuales son los motivos por los que los he puesto ahí y debo mantenerlos.

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