Mirando a Cuenca

Siendo consecuente con el momento que me está tocando vivir, me voy a Cuenca.
No hay que perder el optimismo, hay que saber encajar los golpes con elegancia y espíritu zen, va a dar lo mismo cómo te tomes las cosas que van a seguir siendo como son, así que mejor tomarlas bien.

Es tan sencillo que parece mentira que funcione.
Pero no una mentira cualquiera, es más bien una mentira tan gorda que es imposible de ocultar, con unas lorzas que le cuelgan por todas partes, enfundada en una talla 36, como si le quedara bien, como si no fuera con ella, mirando para otro lado, preguntándote, mientras se contonea delante de ti, si le queda bien ese bikini.

Y qué vas a contestar, pues que sí, que le queda bien, porque te va en ello tu sentido del humor, tu felicidad y tu paz interior.
Incluso puedes llegar a decirle que lo mismo le queda algo grande, porque hoy te has levantado con chispa.

Debería haber en Cuenca un lugar similar al puente de los candados de los enamorados, pero con lazos de tela. Que pudieras anudar todo lo fuerte que quisieras, pero que con la lluvia, el viento y sobre todo con el paso del tiempo, se fueran degradando y finalmente, soltando.

Los lazos simbolizarían todas aquellas cosas que nos dan por saco profunda y devastadoramente.
Como el candado simboliza el amor eterno, el lazo simbolizaría aquello que nos daña y nos somete, pero de lo que sabemos que finalmente conseguiremos liberarnos.
Serían el símbolo de la futura libertad, de la superación de las desgracias, de la esperanza.

Voy a llevar un lazo a Cuenca, a ver si encuentro un sitio donde anudarlo.