Las puertas cerradas

Es el simple hecho de que existan los hospitales lo que me resulta insoportable.
Grandes edificios fríos y descuidados, con pasillos interminables sumidos en una oscuridad que parece impregnar las paredes, negándose a abandonarlas.

Es lo que significa que existan los hospitales lo que me duele. 
Las puertas de las habitaciones cerradas, con historias terribles de sufrimientos infinitos, con pasillos eternos iluminados por una tenue luz que nunca llega a vencer la oscuridad.

Recuerdo la primera vez que fui consciente de lo que era un hospital, para qué sirve. 

La gente enferma, la enfermedad existe, y es tan devastadora que hacemos inmensos edificios de anchos y lúgubres pasillos, de interminables puertas cerradas, edificios a los que la gente enferma acude para que la curen.
La gente enferma y la gente anciana, los hospitales están llenos de ancianos, pero no están enfermos ¿o si lo están?.
Hacemos edificios para que la gente anciana acuda a curar el paso que la vida ha dibujado en ellos, pero nunca se curan, la vida no tiene cura, es implacable.
La gente acude a los hospitales para curar su enfermedad, su vejez, y les preocupa tanto, hay tanta enfermedad, hay tanta vejez, que construyen enormes edificios llenos de pasillos y puertas cerradas, que se abren a habitaciones llenas de camas, en las que sufren infinitas personas.

Vamos al hospital porque es el lugar que hemos construido para sufrir, mientras esperamos que la vida nos permita curarnos y salir de alli, continuar viviendo, ser felices, contemplar el sol, olvidar los enormes, largos, infinitos pasillos, las puertas cerradas, las habitaciones blancas y frias, las camas grises, el olor de la muerte.

Es el hecho de ser consciente de que existan los hospitales lo que hace que la vida sea aún más dificil, saber que llegará el día en que tendrás que ir a alguno de ellos, es el hecho de que exista la enfermedad institucionalizada, normalizada, etiquetada y supervisada lo que hace que la vida sea terriblemente dura.

La vida que te lleva inevitablemente frente a uno de esos edificios a preguntarte qué haces allí, para qué sirve ese monumento a la enfermedad y la muerte, por qué la necesidad de luchar contra el dolor y el sufrimiento, por qué y cuando la gente sintió la necesidad de levantar ese monumento a la constancia de la victoria de la inexorabilidad de la muerte sobre la fragilidad de la vida.

No es la vida lo que duele, es ser consciente de que se acaba, de que es irremediable, y de que todo lo que hemos sabido hacer hasta ahora es levantar esos edificios terribles, lúgubres, frios, oscuros y salvajes, con esos pasillos inquietantemente anchos y vacios, que se llenarán de rodantes camas grises, que irán a ocupar las habitaciones blancas y tristes que hay tras las infinitas puertas cerradas.

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