El Póney Pisador

Se me ha roto el corazón. 

Aunque el anular está peor, al menos en la radiografía el punto negro es más grande. No llega ni a una simple fisura, así que no llevo escayola, pero tener que andar con un zapato ortopédico es incómodo y bastante doloroso.

Por aquello de que mi cuerpo es un templo budista, no tomo analgésicos ni en general, medicamentos. Por eso y porque antes de que fuera un templo era una taberna al más puro estilo del Póney Pisador y no he conseguido reformarlo completamente, parece ser que las tuberías y no digamos ya el sótano, siguen dando problemas. Pero en fin, mientras el ático funcione, no me quejo.

Y es que no debería quejarme en realidad de nada, o sí, pero como tengo la impronta a nivel genético del optimismo más feroz, no me sale. Todo es para bien.

No solo he tenido que reducir físicamente la velocidad a la que me desplazo por el planeta, es que al hacerlo, he ido reduciendo de forma inconsciente la mental y eso me ha dado tiempo, mucho tiempo, para reflexionar.

Y como también soy del Club de los que llegan a conclusiones, sí o sí, he concluido que debía darle un repaso profundo a mis prioridades, aparcadas desde que nos mudamos, hace ya dos años, a nuestro nuevo hogar.

Me gusta escribir, adoro escribir, me apasiona escribir, aunque sean tonterías como ésta que nadie lee y a nadie le importan, así que me he propuesto escribir a diario, como hacía antes.

¿Y cuando acaba ese antes?

Ahí está la revelación, ya sé cuando es ese antes, por fin lo sé, porque si no sabes sabes cual fue el punto de inflexión, poco puedes hacer para llegar a una conclusión.

Tal vez, como bola extra, vaya poniendo al día el blog. Tiene lagunas atroces, parece que durante años no he tenido nada que decir, y no es cierto, lo que ha ocurrido es que no se cumplía la segunda premisa de la cita de Oscar Wilde "No existen más que dos reglas para escribir: Tener ago que decir y decirlo"

Pues bien, en eso estoy.

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