Gruyendo

A la tercera va la vencida.

Después de dos intentos en los que reconozco que no me he aplicado mucho, he conseguido despertarme.

Cuando me levanté a las cinco, valoré el hecho de que hoy es fiesta en Madriz, así que en lugar de la rutina diaria dí un par de vueltecitas a la casa, las pocas que me permite mi malogrado pie izquierdo, me fui al sofá y me quedé dormida.

Desperté de nuevo a las siete y media, me levanté con la voluntad de que esta vez sí era la definitiva, pero según llegué a la cocina y subí la persiana, me sentí hipnotizada por una densa niebla azul que lo cubría casi todo. No conseguía ver más allá de la acera de enfrente, así que víctima del embrujo regresé a dormir al sofá. Cuando volví a abrir los ojos eran casi las once, todo un récord.

Pero lo conseguí, estoy despierta, consciente y lista para procrastinar alegremente, entregarme a la molicie y al dolce far niente.

En cuanto asome el sol de entre las nubes saldré al jardín, a la Garita, que es como el Oráculo llama al sillón que puse al lado de la puerta de la cocina, y con suerte podré volver a ver y a escuchar a las grullas emigrando hacia el oeste.

Ayer cruzó un grupo de apenas treinta justo por encima de nuestro tejado, a pocos metros, y concluí que su gruir en bandada, mientras emigran, es uno de los sonidos más agradables y relajantes de la naturaleza.

Tengo que acordarme de enviar la Conclusión al Club de los que concluyen sí o sí, para votar exactamente en qué lugar lo situamos en la escala, pero ya adelanto que estará entre los cinco primeros.

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