Abundando en el desinterés

No hay remedio, la vida continúa sin importarle cómo te sientas.
La muerte de mi amigo Osvaldo me ha tocado de lleno, si estuviera jugando a los barquitos sería un tocado y hundido de pleno, sin importar que el objetivo haya sido un aparentemente impasible acorazado.
Un sólo disparo certero a la línea de flotación y premio, el barco hace agua y se hunde sin compasión.

Y ahí estaba yo de nuevo, en una Zodiac sin motor, sólo un par de remos para alcanzar la orilla y volver a empezar. Fue entonces cuando diagnosticaron a mi madre de alzheimer.

No sé a quién se le ocurrió que las desgracias no vienen solas, pero tenía toda la razón y además añadiría que son de parecido calibre.
Puedes cortarte con un folio y después darte un golpe con la rodilla en la pata de la mesa.
Puedes suspender un examen y después llegar tarde a una entrevista de trabajo.
Puede morir uno de tus mejores amigos y después que te digan que tu madre tiene alzheimer.
Son desgracias coherentes, con una lógica.

Debe ser por eso que últimamente no me pasa nada someramente malo o medianamente malo. Ahora tocaba experimentar lo jodidamente malo.
No es la primera vez, claro. Lástima que ya no esté Osvaldo para compartirlo con él, supongo que así es la vida.

Creo que ya he pasado por todas las fases que se deben pasar cuando recibes un golpe importante, ya he tratado de negarlo, ya he dejado de cabrearme, ya he renunciado a entenderlo, ya he estado triste y ya lo he aceptado.
Ahora queda seguir adelante, como siempre. 
Es lo que hay.
Disculparme si no tengo muchas ganas de juerga, si el sentido de la vida se difumina y si las palabras se me quedan cortas.
En cuanto llegue a la orilla volveré a empezar, como siempre, porque "Esto también pasará".